Por El Yorch
Recuerdo aquella foto donde veía a la familia sentada en
la mesa festejando cada navidad, cada evento importante, cada momento que
sucedía en torno a un éxito, un embarazo, una situación complicada, un problema
o dos problemas o varios problemas, pero lo importante es que siempre había
gente en esa mesa.
Los vasos, platos, servilletas, jarras de agua, todo eso siempre
sobraba, y ni se diga la comida, qué decir de la salsa en varios colores y
varios picores, al final todos los que ocupaban esa mesa siempre reían, siempre
había un chiste bueno o malo, algo hacia reír.
En ciertos momentos -recuerdo- decían “¿no sé qué
llevar para comer?” o “¿qué falta?”, “¿quiénes van?” y
siempre escuchaba a lo lejos o cerca: “no te apures ustedes vengan acá
vemos”. Un momento bastó para observar que la mesa o se hacía más chica o
se necesitaba una más grande: llegó el nieto, la novia, el novio, el amigo del
tio que todos conocían, todos saludaban con un fervor más que político en
campaña.
Un suspiró bastó para empezar a notar que la mesa
comenzaba a tener espacios disponibles, había momentos que la plática se notaba
entre murmullos, voz baja, varias preguntas que ni eran necesarias, se
formulaban al son de la música que igual se notaba iba cambiando a un ritmo más
lento, más triste, más difícil de escuchar.
El eje de la familia, los pilares, los que sin necesidad
de decir <<te invito>> mostraban cierta preocupación por alguien,
no querían dar la noticia, fue necesario juntar a todos los que siempre
estuvieron en esa mesa y con lágrimas que se servían como el plato fuerte: el
llanto fue el mesero para servir cada recuerdo, cada momento, cada risa que
siempre invito a sentarse en esa mesa que en poco tiempo dejó de ocuparse no
por personas importantes, sino por personas que siempre vamos a llevar en
nuestro corazón, en nuestro recuerdo, en nuestra memoria. Hoy, la mesa está
vacía, sin nada, sin vida, no importa que comas, no importa que tomes, lo
importante siempre será con quien ocupes esa mesa.

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