Por. Jorge Soriano
Me encontraba tomando una taza de café, y le pregunto lector ¿podría ser que tres tazas puedan ser un abuso por la mañana?, una mañana un poco fría, un poco nublada; recuerdo que por encima -de su cubrebocas- ella se reía constantemente en los momentos que observaba su celular, seguro ni siquiera supo que estaba yo ahí, posiblemente se encontraba esperando a alguien, quizá un amigo, un conocido, a su esposo o tal vez a su mejor amiga de momentos únicos e inolvidables. Volví la mirada al periódico: noticias aburridas, noticias de sangre, noticias dispersas en un mundo que se ha trastornado en lo complejo, con el miedo de tres consonantes, dos vocales, guion 19, todos, (o casi todos, ya que unos son grandes superhéroes que no les pasa nada) tomamos a buena fe en conocer, saborear los tan "estorbosos" cubrebocas, y que por obvias razones siempre los hemos visto puestos en enfermeros, en doctores, para los conocedores de la salud, pero para nosotros, los inmortales...¡jamás!
Regresé la mirada para ver si ya había llegado el o la acompañante de la persona que estaba a dos mesas separadas de mí, sorpresa ¡ya no estaba! me quedé dudoso de varias preguntas con respuestas pues seguramente obvias, pero ¿por qué se fue? ¿a dónde se fue? ya no había ni rastro de su taza con café en la mesa donde estaba sentada, al par de minutos la mesera -con cubrebocas- me dijo que si buscaba algo o alguien, creo fui muy obvio, le respondí que no, me sirvió una taza más -¿por qué no?- y continué leyendo - hojeando el periódico.
Mi mente se quedó pensando, divagando en cómo sería su rostro, cómo sería en verdad su sonrisa, apenas los ojos se asomaban por su cabello ya que durante el tiempo que estuvo dentro de la cafetería nunca se quitó el cubrebocas y claro, al tiempo de degustar su café en lapsos un tanto espaciados era cuando su rostro se mostraba tal cual, pero lamentablemente mi vista no podía estar fija hacia ella, ya seguramente podría haberle generado cierta incomodidad.
El reloj me indicaba que ya era tiempo de retirarme y en cierto momento me quedé pensando durante un buen rato que esta situación pandémica nos hizo modificar nuestros rostros, hacernos a la idea que nuestra cara era un vago recuerdo y que solo podiamos vernos al espejo; ese pensamiento me llevó a que seguramente aquella señorita cuando me la volviera a encontrar, seguro, más que seguro estoy que la reconocería sin duda alguna portando su cubrebocas.

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